FE EN VOS, FE EN MI.

 


FE EN VOS, FE EN MI.

 

Al principio de esta narración en primera persona, tenía otros nombres en mente que vociferé en aquel lugar para empezar a contarle los hechos de mi tercera, pero al momento, minutos, segundos antes de redactar, durante aquellos treinta dos días, todo ha sido FE, siempre fe, desde la nimia semilla del pino que decoraba dos asientos para tomar mates en reunión con afectos cercanos los días lunes, miércoles y viernes por solo una hora de efímera charla que solo, por lo menos en mí se iba en llantos entre cartas y fotos que cruzaba entre mis afectos, porque la incomunicación nos desdoblaba el alma en poder comprendernos y deberíamos a la vez comprender al otro,  cuando todos y todas buscábamos empatía, y a la vez el cigarro hacía gala para paliar la agobiante y atormentante angustia.. bueno sin más preámbulos comienzo el motivo de quererme a mí mismo para el querer y el cuidado del otro, arrancamos.

 

LA SITUACIÓN

            Heme aquí en una confusa relación entre la burocracia, el poder judicial, la salud mental, la familia y quien suscribe, todo en este vorterix, en blanco de las flechas que jamás han de llegar como señal de salvataje.

            La caída, no la de Caín y Abel, sino la propia, la íntima, la que se desliza en los pliegues de la noche como un espectro sin nombre. La caída que no es la del hombre primigenio, sino la del hombre que ha sentido la mordida del tiempo y la indiferencia del poder vetusto, aquel que debería ser el guardián de la Justicia —IUSTITIA, como la llamaban los antiguos— y, sin embargo, se torna verdugo silencioso, suelta la mano y deja que los jóvenes sean maltratados mientras el palaciego engendra la cuna de la maldad.

En “La Caída", Albert Camus nos habla de la culpa, del juicio eterno al que uno mismo se somete. Pero aquí la caída no es metafísica, ni la de un Jean-Baptiste Clamence atormentado por la hipocresía de su existencia. Aquí la caída se entrelaza con la carne, se funde con la desesperación y la angustia de un futuro que no es más que un desierto sin oasis, sin horizonte, sin estrella polar. Como Dostoyevski en "Memorias del subsuelo", el dolor se vuelve la única certeza, el único clavo ardiente al que aferrarse en la más absoluta soledad.

Y así, en la soledad del maltrato y la indiferencia, la cocaína se vuelve la cómplice de una psique desmejorada, el elixir perverso que otorga alivio efímero a la desesperanza. No es Baudelaire en su exaltación de los paraísos artificiales, ni el decadentismo que busca belleza en la autodestrucción. No. Aquí no hay placer estético en la caída, solo una supervivencia cruda y mecánica, una necesidad de anestesia para soportar la burla de los días, el temor de salir a un mundo que observa y juzga sin comprender.

Kafka lo dijo en su "Carta al padre": el poder que no protege es una condena. Y el poder que debería ser sostén, pero se convierte en látigo, es peor que la condena misma, porque aniquila la esperanza. En este derrumbe, el consumo no es hedonismo, ni rebelión, ni goce. Es un intento desesperado de apaciguar el ruido, de encontrar una pausa en la perpetua caída hacia un abismo sin fondo.

Si acaso existe justicia, no la he encontrado. Si acaso hay un refugio, ha sido un espejismo. Como Pessoa, he habitado en una conciencia fragmentada, donde el único hogar posible es el de la propia destrucción. Y, aun así, escribo. Porque quizás, en la palabra, aún exista un resquicio de redención.

UNA HERMANA Y UN HERMANO QUE ES UN HIJO

Yo, 1988, ella 1993, saque el cálculo Usted querido o querida lector de la diferencia de los años mencionados, pero sepan que aunque fuesen neones de años, aunque sean incalculable, la mayor de la menor, o sea mayor seria 1993, porque menor es 1988, pero en correlación de edad es al contrario ¿Se entiende?, es un juego de numero para que empecemos de forma amena esta parte, de la cual se entretenga, me ha acompañado en lo largo de estos dos siglos que hemos cruzados juntos sin darnos cuenta y en diferente década que hemos nacido, tal vez le cuesta mucho darse cuenta a quien hago referencia, pero me dio la cosa más linda que es el 2021, ¿ Ya se da cuenta de quien o quienes hablo mi querido lector?

Pero en medio de la desesperación, dos luces han permanecido encendidas. 1993 y 2021. La hermana y el ahijado, los guardianes de una historia compartida. Ella, la que nunca soltó la mano, la que lloró en silencio y soportó el peso del sufrimiento sin claudicar. Y él, el pequeño faro que, con su sola existencia, ha iluminado los rincones más oscuros de una mente herida.

Las cartas han sido el puente entre el abismo y la esperanza. Cada palabra escrita ha sido un bálsamo, un recordatorio de que la soledad no es absoluta, de que el amor y la fe resisten incluso en la tormenta más cruel. 1993 jamás abandonó, jamás dejó de creer. Y aunque las cicatrices sean profundas, aunque las noches hayan sido largas y el dolor haya consumido la carne y el alma, la luz al final del túnel se vislumbra.

Porque en la tercera caída llegó la reflexión, y en la reflexión se gestó la transformación. 1988 ha comenzado su regreso. El proceso ya está en marcha, no es una promesa vana ni una ilusión pasajera. Es un compromiso, un pacto sellado con la fortaleza de un apellido que lleva consigo el peso de la historia.

1993, mi más sentido respeto y perdón por todo. Cree en mí, como siempre lo hiciste, y unamos fuerzas. Caminemos juntos, porque la oscuridad se disipa y la esperanza renace. Y porque al final, más allá del sufrimiento, siempre fuimos uno.

EL GRITO DE UNA MADRE

 

En las tierras cálidas de Tucumán, donde el aroma de la caña de azúcar se mezcla con el aire y la calidez de su gente se siente en cada esquina, nació una mujer fuerte, una madre que la vida forjó con tenacidad y amor. Su primera hija, fruto de su tierra y su cultura, creció entre coplas y tradiciones, entre los sabores del tamal y la empanada tucumana, entre el sonido del bombo legüero y las historias contadas al caer la tarde.

Pero el destino la llevó lejos. Con su primera gran ilusión, un santiagueño de espíritu indomable, emprendió el viaje a Buenos Aires, la ciudad de la furia, con la esperanza de construir un hogar donde el amor fuera el cimiento de todo. Y así florecieron cinco hijos: tres mujeres y dos varones, que aprendieron a surfear la vida entre tempestades y días soleados. Nunca tuvieron mucho, pero lo tuvieron todo. Porque la felicidad, cuando es genuina, no necesita más que amor, unión y fortaleza.

El tiempo avanzó con su impiedad implacable y en el año 2004, un paro, no solo del corazón sino del propio tiempo, detuvo la risa de su hija mayor. Se fue, dejando una pequeña de apenas unos meses de vida, una luz que brillaba entre las sombras del dolor. La tristeza se instaló como un huésped no invitado en la casa de la madre, pero su espíritu inquebrantable la hizo mantenerse de pie. La familia llegó de todas partes: de Tucumán, de Santiago del Estero, de rincones dispersos de Buenos Aires. Vinieron a despedir a la primogénita, a llorar con ella, a sostenerla.

Pero la parca, insaciable, volvió a visitar su hogar en una primavera seca, sin colores, y esta vez se llevó a su compañero, el padre de sus hijos, el amor con el que había construido su historia. La desolación amenazó con quebrarla, pero ella siguió luchando. Porque había más vida por la que batallar. Sus hijos aún la necesitaban, y con una fortaleza nacida del dolor, los crió con dignidad, ignorando las palabras necias, enfrentando la adversidad con la cabeza en alto. Entre ellos, yo, el Manzana, como siempre me ha gustado que me llamen. Me sostuvo en cada caída, me impulsó cuando la vida intentó detenerme, y me vio cumplir mi sueño de ser abogado.

Pero la justicia, que tantas veces defendí en los libros, me fue esquiva en la realidad. Entré en el palaciego, ese laberinto de mármol y sombras, y me encontré con la crueldad disfrazada de normas, con el desprecio por la dignidad humana. Me maltrataron, me medicaron para volverme "normal", para hacerme encajar en una estructura que castiga al que se sale del molde. Y mientras yo sufría en ese sistema que pretendía corregirme, mi madre peleaba su propia batalla. No por ella, sino por otro hijo, aquel que luchaba contra la adicción, aquel que buscaba un salvataje cuando todos le daban la espalda.

Golpeó puertas en el juzgado de familia 11, en la policía local, en cada rincón donde se suponía que la justicia debía extenderle una mano. Pero la justicia fue sorda y ciega. La ignoraron, la hicieron esperar, la dejaron sola en su lucha. Pero ella no se rindió. Porque una madre no se rinde. Junto a su pareja, Matías, buscó y buscó, desde junio de 2024 hasta enero de 2025, hasta encontrar un lugar en La Plata para la desintoxicación de su hijo. Un refugio, una última esperanza.

La familia, los lazos de amor, son la única certeza en un mundo donde la justicia es solo una idea difusa, donde las estructuras fallan y donde los corazones a veces se detienen antes de tiempo. Pero ella sigue en pie. Ella, la madre luchadora, la que ha perdido tanto y aún sigue dando todo. Y nosotros, sus hijos, llevamos en la sangre su fortaleza. Porque, aunque el dolor haya hecho gala en nuestra historia, el amor siempre ha sido más fuerte.

LA LLEGADA, WELCOME MY APPLE

No fue sencillo, pero la fe estaba puesta en la limpieza del veneno que inhalaba, la tercera, la vencida y definitiva, me lo jure, me quiero priorizar ¿Me prioricé? ¡PUES CLARO QUE LO HICE CHAVAL! Mal medicado por un médico en la cercanía de la estación de tren de Mármol, pasar por otros psiquiatras, sentirte como un cajón, un par de zapatos viejos que se pasan de generación a generación, como he pasado de centro psiquiátrico y así, la  historia se repite, pero con una mirada optimista, ser el manzana que rompe con los bloques y las estructuras impuestas por catedrales vetustas y ancianas, y así fue como ingrese a Clínica San Juan, en la  Ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, un 26 de enero del 2025, sector g, g de gay ¿ Casualidad?  ¡No lo creo! Pero lo que, si creo que, una experiencia diferente estaba por ser tragada por mi cuerpo y alma.

CRÓNICA DE UNA TRANSFORMACIÓN EN LA CLÍNICA SAN JUAN

Ingresé a la Clínica San Juan como quien se lanza en un sky sobre la nieve de Bariloche, deslizándome sobre un terreno incierto, sin saber cómo sería el impacto. Mi cuerpo necesitaba limpiarse del veneno inhalado, pero más aún, mi mente, golpeada por sombras pasadas, heridas que no dolían, pero pesaban. El palaciego, aquel a quien no temo, ya no tenía cabida en esta lucha. Aquí, un joven enfrentaba su propio temor y lo vencía.

Fueron diez días sin ver a mis afectos, pero en ese tiempo conocí almas bellas y hermosas. La primera en abrazarme, mimarme y darme refugio fue la letra K. ¿Sabrán su motivo? Ella era como el signo de Cáncer, toda una madre: protectora, amorosa, con esa capacidad infinita de hacer sentir hogar en cualquier espacio. Nos unieron los mates compartidos, las cenas que sabían a familia, la lectura de la Biblia que nos salvó de nosotros mismos y nos recordó que seguir adelante siempre es una opción. En ella encontré la calidez de una amiga que se convierte en sostén, en raíz, en puerto seguro.

Pero la lista de encuentros no terminaba ahí. ¿Cómo olvidar la intimidad de la señorita 200 kilómetros? Nos reíamos de una estrella que ni la inteligencia artificial podría descifrar. Ella, con sus pantalones campana de Calvin Klein, desafiaba distancias y convenciones. Mirarnos era reírnos el uno del otro, de los otros, de la propia idea de que podíamos ser alquimistas intentando interpretar el lenguaje del cielo. Pero en realidad, lo admirábamos en silencio, porque ese silencio era cómplice de más carcajadas.

La amistad, como la fruta, es dulce y protege su interior. En la lejanía, se fortalece. Como escribió Antonio Machado:

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.

Y en ese camino también estuvo Ucra, a quien acuné desde el primer día. Indie, Lana del Rey, naranjas compartidas, la pileta como un respiro. Él quería mirar a Isis y tengo fe en que lo logrará, porque cuando hablaba de ella se iluminaba como el mismo sol. Qué belleza de persona. La amistad entre dos hombres puede ser delicada y sincera, sin la fragilidad que a veces se nos impone. Nos sostuvimos en la paciencia del tiempo, en la certeza de que todo llega y todo sana.

Tras 32 días de esperas y vueltas, regresé a casa con el alta médica favorable. Y con ello, un impulso renovado para encarar este 2025. Los valientes no son quienes no temen, sino quienes avanzan a pesar del miedo. Y si algo aprendí en este lugar es que siempre, siempre, los abrazos curan. Esa frase tatuada en mi cuello dejó de ser solo mía; se convirtió en un símbolo de todos los que estábamos allí, luchando, cayendo y volviendo a levantarnos.

 

Comentarios

  1. Gracias por compartir tus pensamientos tan profundos. Me conmovieron hasta las lágrimas y por un rato me senti cómo aquel Marcelo. Te felicito por tu valentia de salir adelante con alegría y por tu gran razonamiento. De eso se trata la vida. Besitos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares