Lo apodan Corrientes.

Lo apodan Corrientes.

 

Quién lo ha visto sabe de dónde es, del Taragui, y no del mate, aunque lo consume a diario, del guaraní,  de la Parroquia de San Roque y San Jacinto, devoto desde niño de la virgen de Itati, de las orillas del Río Paraná, de alegre chámame, y es así como lo presento al Correntino, oriundo del gentilicio, llamado Ramón. Amable y amargo señor, oscila entre esos aspecto, policía por fuerza mayor, pasa por los 52, cargador de malas noticias de su pésima profesión.  Marginado por su apariencia, acto común del porteño europeizado, vive en una pensión en Constitución. Lo apartan por su perfil, tosco, huraño, ridículo por vestirse al estilo cowboy,chaleco y sombrero Gorbachov,  de tez trigueña como el café colombiano, de nariz ancha y un bigote espeso, que apenas se puede apreciar sus labios leporinos.  No pasa por una buena situación ¡pobre chabón! Todo esto transcurre en 1973, año de la llega desde Madrid del General Perón, ha recibido la aciaga noticia de la muerte de su madre Antonia Dominga Bouvier de Domínguez, a pesar de los malos tratos recibidas de la santa difunta, no noté dolor alguno por el deceso. Y cómo no tenerlo, recuerdo aquella vez pescando en el majestuoso Río Paraná los chirlos que le pegó, porque no había ido a trabajar, y de pinta el sólo quería estar, que chinito éste, desde los cinco años lustrando zapatos en la capital y hoy ejerce un oficio que, como el anterior, lo ejerce por necesidad. Me había comentando el porqué de la falta de interés, tengo su voz encima, con las palabras correctas, y recuerdo que me decía:

-          Una ruleta rusa de emociones paso por éste momento  compadre, pa´que sepa, la pecaminosa que me ha dado luz, se ha ido a visitar al Barba, que muy bien el la va a juzgar, yo no sé que sentir, recuerdo de buen gusto, los ricos matecocidos a leña que me hacía, en una lata de mermelada, porque ni teníamo´ un peso pa ´comprar una taza, imagínese que a veces también nos faltaba el pan. Desde changuito he trabajado pa` guiso carrero, pero no era una mujer de abrazos brindar, los chirlos que me ha dado aún latiendo están. No sé qué sentir, tristeza no hay, pero tampoco celebro, la muy pobre ha sido abandonada por el tata a los pocos días que nací, entiendo que haya descargado todas sus frustraciones y fracasos en mi por eso, pero no creo que el maltrato al chinito que fui, pueda ser aceptado.  Ya no me importa pa´ qué, hoy no quiero hablar sobre ella, los recuerdos malos pesan más que lo bueno, a mí siempre me ha humillado y maltratado sin cesar, y no creas que una rosa en su entierro voy a tirar, aunque la extraño, pero no,  una vez me hizo un avión de caña de azúcar que había traído el Tío Pepino de Tucumán, y fue el primer regalo del día de niño que la vieja me dio, aunque se me viene en mente los apretones de orejas, y vaya que dolían, vieja bicha que era, bien muerta está, que frescura de recuerdo ahora tengo de nuevo, cuando me apañaba con las telas de remeras viejas, pa´ que se me baje la fiebre, o iba a lo de doña Nona, a traerme lo limone´ para hacer un juguito y saborearlo muy rico, pero sigo pensando que los cinturazos que me daban no eran proporcional, a las macanas que me mandaba, vieja senil, por eso mi tata la habrá dejado, por loca y senil, bien muerta está, que insensato estoy, mejor me voy al bar a saborear unos whisky y luego a casa y mi chámame escuchar. Compadre, que tengas buen día.

Y todo eso comentó, ambivalente sensación, entre el rencor y el perdón, pobre compadre, ahogado en la confusión, se abstrae con el alcohol, decidí invitarlo a su Corriente natal, para que pase por una buena distracción. Llegamos un miércoles por la mañana, y nos alojamos en un hotel de cuatro estrellas del bello centro correntino, ambos nos dividimos, pasamos muchas horas separados, yo decidí ir por la tarde, alrededor de la seis, al cementerio de la Ciudad, iba a darle una rosa a mi hermana, que hace mucho que no la iba a visitar, paseando por el necrópolis, lo vi sentado a  Ramón, con una botella de un whisky, en el césped verde frente una lapida que no pude distinguir, pero al acercarme en donde estaba noté de quién era, lo oí en voz suave redactar una frase, de un escritor llamado Li Po :

Bebo sólo.
Ningún amigo esta cerca.
Alzo mi copa, invito a la luna y a mi sombra.
Ahora somos tres. 
Pero la luna no sabe beber,
y mi sombra sólo sabe imitarme.

Y en un susurro también lo oigo decir, Viejita he vuelto, pa´ quedarme, ahora a mi me toca cuidarte, ésta tierra que te cubre, siempre fértil y verde estará para la comodidad. Te quiero viejita, y gracias por estar.

En ese momento, al oírlo decir que se iba a quedar, noté que aprendió que el rencor no es la solución y el perdón es el camino a la unión, a aquella unión, que él solo lo notó, cuando me comentó, que la viejita al cielo voló.


 

Aldo Marcelo Luna 

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