Misiva de la Reconstrucción II

Primera parte: 6/6/15

“Tu ausencia me rodea 
como la cuerda a la garganta, 
el mar al que se hunde.”
La Ausencia, Borges



Cuando recibes a una persona con alegría, y suspendes otras actividades pendientes, te entregas a lo desconocido, o al desconocido, entras a su casa, los parlantes a todo volumen al compás de los Artic Monkeys,  te lee Borges, en éste caso “El hacedor”, con nerviosismo, se enciende un pucho, acomoda la cama para ver una película francesa, y te abraza de costado, para después robarte un beso ¿Qué precio pagarías por eso?  En especies, seguro, pero no aquellas que se pueden adquirir en un bazar o  en las calles de San Telmo un domingo por la tarde, sino de las que yacen de uno, del afecto, de la risa, de  entregarse de todo, de la creación de nuevas vivencias, en fin, de aventurarse, qué lindo, de la aventura. ¿Qué acto más lindo hay que aventurarse con alguien?  Esa sensación de adrenalina, que nos pide más y más, seres intrépidos seguro que somos, no perdamos nunca ese perfil, perder el miedo a lo esotérico, me rectifico, haber nacido sin miedo a lo esotérico.


Las crónicas de los sucesos vividos, aún pueden ser relatadas, de forma sencilla y con los detalles que lo hicieron único. Tendré enésimos defectos, los cuales pueden producir un enorme rechazo, y cito parte de mi relato de “Viaje Ucronico” para ser ilustrativo: “y llevaba consigo un libro de Milan Kundera, “La insoportable Levedad del Ser” de forma muy amable me levanta y me acomoda en el lugar que estaba, le pido disculpa por mi torpeza y le agradezco por su generosidad de ponerme firme de nuevo, había quedado algo zambeado. Recordé, observando nuevamente la ventana y sus figuras entrelazadas lo identificado que me encontraba con el personaje Tomás de aquel libro que llevaba la cortés joven, una persona desinteresada por el entorno de quienes lo situaban, independiente de los tabúes que se creaban sobre el amor y sus derivados, intrépido, sin remordimiento y culpa alguna, a simple vista pareciera características negativas que producen plenamente un rechazo, que fue lo primero que me provocó a leerlo, pero de forma tan repentina y sumergido en la plena lectura del libro sentí que pude justificar el perfil que se podría considerar abyecto de Tomas, resumido nada más que en una palabra: “Coraza”, impenetrable y dura coraza, para que las sensaciones más idílica o más terrible que los seres humanos puedan emitir no afecten a una persona que ha sufrido mucho o que nunca ha sufrido y no quiere transitar por esa aciaga conmoción, a todas luces, una arma clara de defensa”   Tal vez aquí, haya una pequeña contradicción con la primera parte de estas líneas, pero será tema de debate para otra ocasión.


No encuentro forma de poder agradecerte, por haberte inducido en mi vida, de haber estado, de haberme acompañado, si de algo que te tengo que reconocer, sin contar tus otros actos altruista, es de haberme tomado en tus brazos, con en el combo completo de mi personalidad, mi parte de bondad y mi otra mitad, tal vez, nociva. No soy un chaval que se caracteriza por ser romántico, al contrario, esto aparece de una vez sumergido en una relación y el agotamiento del mismo, en palabras del cortés Borges: “Me crucifican, y yo debe ser la cruz y los clavos. Me tienden una copa, y yo debo ser la cicuta. Debo justificar lo que me hiere, soy el poeta.”  No creo tener la capacidad para poder bifurcarlo en la dicotomía de que si esto es bueno o malo, a la vez me genera una congoja agobiante, pero a la vez una hermosa reminiscencia de lo vivido, el recuerdo, un jardín, un espacio de encuentro de lo pretérito.


Qué linda sonrisa se me dibuja en recordar aquellas noches de verano (¿Noches de verano? Suena a una película teen), en la casa de tus tíos, yo con mis medicamentos, que hacen que pierda  mi temperamento si no los tomo, y si  los tomo no  varían en mi psiquis ni en mis modales y vos con la predisposición de siempre, la alegría y el jubilo de querer verme.  Un flechado del recuerdo se me viene ahora, nadando juntos, en esa pileta redonda y profunda, jugando como dos niños que recién salían del colegio e iban a merendar juntos, riéndonos, por temas que  me incomodaban, qué era la edad (que por cierto era una cuestión más de visibilidad y adecuación de cuerpo y mente, que molestia en si por la edad misma), te veía fijo mientras el agua del parpado llegaba al grosor de mi labio, y se me olvidaba de la edad qué tenías, se me hará difícil pensar que la boca del chico que estaba besando, tenía realmente 18 años, tu altura, tu postura, la forma madura de dirigirte hacia a las personas, y la forma especial, como “padre” por los cuidados que me ofrecías hacía mí, el pesar de la historia trágica y aciaga que te acompañaba, la cruz que la vida ha tallado para ti, con todo esto y más ¿Cómo no iba yo a creer que vos no tenías esa edad? Sí me ofrecías lo habido y por haber para que me sienta cómodo, con mis mambos, con mis vorágines de los problemas laborales, que para esa fecha no eran tan molestos como los que tengo en el día de la fecha, vos estuviste ahí, firme como soldado ruso cuando recibe a un mandatario  extranjero en el palacio de Kremlin, no te movías ni un ápice, como lo haces de ahora, con otro rotulo, pero se siente, tal vez diferente, pero la importancia logra que me oxigene.


(Hoy mi último deseo es  que quisiera estar por un tiempo largo, a millas de la distancia, lejos de el, para que no llegue a agredirme con tu ausencia. )

     Continuará 






 Aldo Marcelo Luna 


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